jueves, 9 de abril de 2015

El modelo productivo uruguayo


En el breve lapso de los últimos diez años, el cultivo de la soja transgénica pasó de ocupar escasas 20.000 hectáreas a más de un millón y medio, casi el 10% de la tierra cultivable del Uruguay. Aunque es el principal producto de exportación, no se le agrega valor alguno: el 95% se envía a granel para ser industrializada en China y Europa. El Ministerio de Economía contabiliza como “exportado” el grano que atraviesa los portones de la Zona Franca de Nueva Palmira: el 80% de la cosecha de soja sale a través de ese enclave extranjero sin pagar impuestos. 


Según el Censo Agropecuario, el volumen de agrotóxicos que consume Uruguay se multiplicó casi que por 5 (de unas 4.000 toneladas pasó a casi 19.000); por las mismas razones, la importación de fertilizantes se duplicó (de 243.000 toneladas a 556.000). Las otrora naturales praderas del Plata hoy están bañadas en las sustancias químicas que requiere la soja transgénica. Suman cientos las denuncias por intoxicaciones de personas y contaminación de los ríos y arroyos. 


Como el cultivo de la soja no requiere mano de obra, se expulsa de la tierra a sus habitantes: entre el 2000 y el 2011 el número de asalariados rurales sufrió una reducción del 26,5% y la población dedicada a las tareas agrícolas disminuyó en un 43,7%. Como la rentabilidad es mayor si se cultiva en grandes extensiones, la expansión de la soja aceleró el proceso de concentración de la propiedad de la tierra, grandes. Uruguay va camino a ser un gigantesco y despoblado latifundio. 


¿Cómo ha sido posible una transformación tan profunda del campo uruguayo? La expansión de la soja en todo el Cono Sur es el gran negocio de la Monsanto, Cargill y otras corporaciones transnacionales que especulan con la producción de alimentos en el mundo. Se benefician también los llamados pools de siembra, empresas de bandera argentina, cuyo ejemplo paradigmático son “Los Grobo”, propiedad de Gustavo Grobocopatel, el “rey de la soja” del MERCOSUR. 


Los inversores llegan a estas playas, atraídos por las leyes de inversiones y de zonas francas que les entregan gratuitamente el rico patrimonio nacional, pero también por las promesas y guiños del presidente Mujica. Antes de iniciar su mandato, en un “almuerzo de trabajo” en el Hotel Conrad de Punta del Este, Mujica pidió a los empresarios extranjeros que vinieran al Uruguay y les prometió que gozarían de prerrogativas y nadie los castigaría con impuestos como las detracciones que los exportadores de soja pagan en la Argentina. Cinco años después, al ir a pedir a los capitales finlandeses que vengan por favor a construir otra planta de pasta de celulosa, el presidente Mujica opina públicamente que es un “sacrificio” que hace para crear puestos de trabajo. Sin embargo, las propias cifras de su gobierno demuestran que por cada hectárea que la forestación roba a la ganadería, se expulsa cinco asalariados rurales del campo y se los envía a vegetar en la periferia de Montevideo. En proporción a su población y territorio, gracias a las genuflexiones de sus gobernantes, Uruguay está orgullosos de ser el país de América Latina que recibió la mayor cantidad de inversión extranjera directa, orgullosos de ser una nación dependiente del sube y baja del precio internacional de los “commodities” en la bolsa de Chicago. 


El modelo se completa con una Deuda Externa cuyo monto absoluto crece cada día y que determina aspectos esenciales de nuestra vida: los gastos en la educación pública, la construcción de viviendas accesibles al pobre y en la atención de la salud son restringidos para pagar intereses y amortizaciones a los acreedores. No se salda la deuda social pero se “honra” la deuda externa, que nos somete a los vaivenes de la tasa de interés fijada por la Reserva Federal de los EEUU. 


Nos hicieron un país deformado por la inversión extranjera y condenado de por vida al pago de la Deuda. No es esta la revolución agraria de José Artigas en 1815, ni la patria socialista por la que murieron tantas y tantos en los años '70; ni siquiera es el Uruguay Productivo que definieron las bases frenteamplistas antes del 2005. ¿Quién determinó este destino para nuestra patria? ¿Fue algún Congreso del Frente Amplio? No, de ninguna manera. Es obra de Danilo Astori, Tabaré Vázquez y José Mujica, operadores políticos de los capitales transnacionales que transformaron la matriz productiva del Uruguay.

Extracto de un artículo de Jorge Zabalza.

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